En un laboratorio de experimentación científica se lleva a cabo un estudio microscópico. Han sido citados una mujer y un hombre para ver sus células a gran escala, a través de un instrumento visor. Se procede a hacer un pequeño raspado del dorso de sus manos para que algunas de sus células más externas caigan sobre una lámina pequeña de vidrio, llamada portaobjetos, que se lleva de inmediato al microscopio electrónico.
El resultado —siempre sorprendente— es el mismo que se observa en todas las oportunidades: las células descamadas de la mujer muestran dos cromosomas “X”, mientras que las del hombre tienen un cromosoma “X” y otro “Y”.
La ciencia de la genética lo descubrió desde hace muchos años: los hombres, desde el período embrionario —y aun antes—, tienen definido el sexo. Lo que pasa frecuentemente inadvertido es que, no sólo las células de la piel, sino las de los órganos internos, las de los huesos, músculos y articulaciones, las de los vasos y nervios, las del cerebro y hasta las de la base de los cabellos están sexuadas.
En genética se ha comparado la información que existe en los cromosomas con los computadores y se ha llegado a la conclusión de que, en un solo cromosoma humano, hay el equivalente a 4 libros de 500 páginas cada uno, con 300 palabras impresas en cada página, aproximadamente. Son billones de genes con información específica: un gen determinará el color de los ojos, otro el de la piel, otro la estatura aproximada… Sin embargo, la sexualidad no está “escrita”, en uno o en un ciento, ni siquiera en un millar de genes, sino en un cromosoma completo, es decir, es todo un legado genético el que determina el sexo de un individuo.
De manera que esa sexualidad, parcialidad, “mitad en busca de otra mitad”, división o sección (es decir, sexo) está presente en todo el organismo: el corazón de una mujer es femenino, como lo es su páncreas, su hígado o su cartílago; las células de su sistema nervioso central están “impregnadas” de esa feminidad; por decirlo así, piensa y actúa como mujer, y hasta camina como mujer. Así mismo, el hombre lo es en toda su anatomía y en todo su funcionamiento fisiológico: las acciones involuntarias, y aun voluntarias, son realizadas por órganos y sistemas hechos por células masculinas; por eso sus acciones y pensamientos son los de un varón, se mueve como varón, vive como varón.
De los cromosomas depende también la formación de los órganos genitales y de los caracteres sexuales secundarios.
Sin embargo, el homosexual —quien dirige sus afectos hacia un ser humano de su mismo sexo— tiene idénticos órganos genitales y, en el microscopio, sus células muestran también los mismos cromosomas “X” y “Y” de un hombre.
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